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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Los Valores de la Palabra a la Acción

En la actualidad, afirmar que la enseñanza de valores es tarea de la escuela, ya no es materia de discusión. El mayor desafío que debemos enfrentar los educadores es cómo encarar tal enseñanza. Sabemos que el aula y la escuela son un ámbito ideal para la enseñanza de valores pero a menudo nos resulta compleja la creación de situaciones, espacios o momentos para que nuestros alumnos puedan pasar “de la palabra a la acción”. Es decir que los valores no permanezcan en un plano discursivo como un himno recitado sin convicción. “Hay que compartir”, “Tenemos que respetarnos”, etcétera.
Es sabido que donde hay personas que comparten momentos, tareas, actividades y espacios físicos siempre aparecen conflictos o incluso problemas de relación.
A pesar de partir de la afirmación de que el individuo es un ser social y que la coexistencia es la estructura de las relaciones humanas, no siempre nos detenemos a observar lo que está aconteciendo en un grupo y difícilmente analizamos el comportamiento grupal.

La creación de espacios de vivencia y reflexión dentro del aula, como proyectos, espacios institucionales, asambleas, talleres de convivencia, constituye un excelente marco para el abordaje del tema que nos ocupa.
La intencionalidad pedagógica es la de propiciar un clima de relaciones verdaderamente humanas entre las personas que conforman el grupo, entre el grupo y cada integrante, entre el grupo y otros grupos, entre el grupo y las autoridades, etcétera.

Como todo acto educativo, estas actividades poseen finalidades a largo plazo respecto de los alumnos:
• que formen su criterio sobre cuestiones fundamentales;
• que aprendan a reflexionar sobre temas que tienen
una clara dimensión social y personal;
• que aprendan a analizar, profundizar y argumentar
sobre temas involucrados en las relaciones humanas.
• que vivan los valores con coherencia.
Vale la pena destacar que los espacios que se crean
(bajo la denominación que el docente o la escuela determinen)
no son más que “momentos” en los que pueden
trabajarse algunas actitudes que al docente (o a la
escuela) le interese promover o desarrollar, como la libertad, la responsabilidad, la sinceridad, el trabajo, la Fortaleza, la voluntad, la convivencia, el orden, la confianza, el respeto mutuo, la solidaridad, la justicia, la generosidad, la amistad, el compañerismo, el cuidado del ambiente natural, el cuidado por pertenencias propias y comunes, etcétera.
Es deseable que en este espacio también puedan ser incluidas las situaciones grupales o aquellas otras conflictivas vividas entre algunos alumnos. Lo importante es que estas situaciones puedan enmarcarse dentro de una propuesta de enseñanza de valores o modificación de actitudes. Es decir que los conflictos que se suscitan entre los alumnos puedan servir de elementos de diagnóstico para el docente con el fin de abordar el tratamiento de actitudes que deberían modificarse.
Es posible que, una vez instaurado el espacio, los alumnos propongan abordar alguna problemática puntual.
Aquí la mirada atenta del docente es fundamental puesto que debe jugar un rol de cuidado, diagnóstico y, sobre todo, de buena conducción. Esto significa que no deberá perder de vista que muchas veces las situaciones que viven los niños están relacionadas con hechos o actitudes más profundas a las que habrá de atenderse.
Al analizar las situaciones que se reiteran, seguramente podrán ser enmarcadas en aspectos que aún habrá que trabajar con el grupo y, tal vez, con algunos niños de manera particular. Por ejemplo: dificultades para compartir, actitudes de intolerancia, falta de respeto, etcétera.
En este sentido, será fundamental tomar decisiones, planificar acciones, seleccionar materiales para trabajar estos aspectos sin convertirlos en los problemas entre “Juan y María” o los problemas entre “los varones y las nenas”.


Fuente: Educación en Valores
Editorial: Santillana S.A.

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